Por Clemente Sobrado cp
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A las dos horas regresó el buen hombre y el rey le preguntó: “¿Ya has visto todo el palacio?
¿Has visto la belleza de mis tapices? ¿Has visto la preciosidad de mis cuadros únicos en el mundo? El hombre replicó: “No, Majestad, tenía mucho miedo de que se me cayese el aceite y me pasé el tiempo mirando a la cucharita”. ¡Entonces no has visto nada!
A muchos nos pasa lo que a este hombre. Vamos por el mundo mirando tanto a la cucharita de nuestros intereses y egoísmos que no vemos nada de lo que acontece a nuestro alrededor. Y por eso caminamos por la vida encerrados sobre nosotros mismos y no nos enteramos ni de la belleza de las cosas, ni del dolor de los que sufren a nuestro lado.
Jesús es el hombre de los caminos. Pero siempre atento a lo que acontece en la vida. Nada le pasa desapercibido, sobre todo nada le pasa de dolor de los que están a la vera del camino. Hoy se encuentra con un leproso que le suplica que lo limpie de su lepra. Y Jesús “sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Queda limpio”.
Hay quienes no miran fuera de sí mismos.
Hay quienes tienen ojos pero no ven lo que acontece a su lado.
Hay quienes tienen ojos en el corazón y son capaces de ver el sufrimiento de los demás.
Hay quienes ven pero su corazón no siente. Saben que el hermano que sufre está ahí, pero su corazón no les duele. Y pasan de largo. Es como si no viesen.
Y hay quienes como Jesús sienten lástima, pero no hacen nada. Todo queda en buenos sentimientos. Tienen miedo a mojarse.
No. La lástima sirve de poco si no nos lleva al compromiso.
La lástima sin compromiso puede ser más un consuelo para mí que de utilidad para los demás.
Por eso Jesús “sintiendo lástima, extendió la mano y lo toco diciendo: ¡quiero: queda limpio!”.
Lo tocó, por más que la ley lo prohibía y lo declaraba también a él impuro.
Hasta el punto que, desde entonces “Jesús no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, al descampado, haciendo la experiencia de sentirse también El legalmente marginado.
Pero la gente tiene otra sensibilidad distinta a la de la Ley. Y por eso “aún así acudían a él de todas partes”. El amor y la caridad y el compromiso con los demás está por encima de la Ley, porque la ley es para el hombre y no el hombre para la Ley.
Escuchemos lo que escribe Benedicto XVI:
“En la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa” (Dios es caridad n.20)
“La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario”. (n.25)
“Pero, al mismo tiempo, la caridad (agapé), supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra de la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado “casualmente”. (25)
“No obstante, quedando a salvo la universalidad del amor, también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad” (id n. 25)
¿A usted le dicen algo estas frases? ¿Le dicen algo estas exigencias? ¿Quién las ha tomado en serio? Porque si miro a la comunidad veo cada cosa que francamente se me cae el alma. Y sin embargo, soy el primero que paso de largo o que, incluso, me fastidia tantas manos tendidas en todas las esquinas.
Ya sé, a todos nos pasa algo parecido: “Muchos engañan”. “Muchos utilizan a los niños”. “Muchos solo piden para luego irse al trago”. Yo mismo lo he repetido más de una vez.
¿Me valdrán estas excusas delante de Dios? Cuando Dios me examine del amor ¿me valdrán estas respuestas? Delante de Dios ¿quién nos acusará? No el demonio, por supuesto. Pero ¿no serán todos esos necesitados los que nos acusen de verdad? Y la misma Iglesia ¿podrá sentirse tranquila?
Oración
Señor: Tú no tienes dificultad en tocar nuestras enfermedades,
aunque sean contagiosas.
Te contagiaste de nuestra humanidad, y ahora te contagias
de nuestras enfermedades.
De alguna manera también tú te haces nuestro leproso.
Te pido que no tengamos miedo a contagiarnos
por nuestro contacto con los malos.
Que no tengamos miedo a juntarnos con esos que la sociedad
excluye y declara peligrosos.
(Clemente Sobrado C.P.) www.iglesiaquecamina.com
Señor: Tú no tienes dificultad en tocar nuestras enfermedades,
aunque sean contagiosas.
Te contagiaste de nuestra humanidad, y ahora te contagias
de nuestras enfermedades.
De alguna manera también tú te haces nuestro leproso.
Te pido que no tengamos miedo a contagiarnos
por nuestro contacto con los malos.
Que no tengamos miedo a juntarnos con esos que la sociedad
excluye y declara peligrosos.
(Clemente Sobrado C.P.) www.iglesiaquecamina.com
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