¿Te has imaginado alguna vez cómo fue la primera oración de Pedro cuando se quedó sólo, tras la Ascensión, al frente de la Iglesia?Un santo sacerdote dominico de nuestro tiempo, Fray José Mª Guervós —mi maestro de juventud y de verso— la intuyó y escribió. Es un ejemplo de “oración de petición” magnífica. Más que pedir, expresa las aspiraciones más hondas del corazón. Tal vez te sirva, porque tú también tendrás una oración que rezar, una misión que cumplir y una “Iglesia doméstica” que defender.
Sé que quedas conmigo aunque me dejas
Señor de la heredad, tres veces Santo,
y sé que de la Fe queda la guarda
en este pobre corazón humano.
Desde aquí veo alegres tus ovejas
triscar por el tapiz verde del prado,
y enjoyarse la boca de amapolas,
rubíes que la tierra va sangrando.
Sé que no he de temer. Que Tú me guardas,
que Tú las guardas. Pero… ¡Temo tanto
no haber hecho sustancia de mi alma
la lección de dolor que Tú me has dado!
Me miraste una vez como jamás
a nadie habías, gran Señor, mirado
y se abrieron las fuentes de mis ojos,
heridas por la fuerza de tus rayos.
La boca me quedó, ya para siempre,
con un dulce sabor suave y amargo,
recuerdo inolvidable de aquel día
que supe, Cristo, que me amabas tanto.
Mis negaciones eran en tu rostro
saliva, bofetada y latigazo,
y mis fuentes amargas desatadas
eran sobre mi rostro paz y bálsamo.
¡Señor no me abandones! ¡Tengo miedo!
Porque tanto sufrí y te quiero tanto.
Quise ser mármol para defenderte
y Tú me hiciste ver que era de barro.
Me ampararé, Señor, en lo sencillo,
en el vuelo tranquilo de los pájaros,
en el manso brotar de los arroyos,
en la oración serena de tus campos.
¡Tiernos, enamorados ruiseñores
enseñadme la paz de vuestros cantos!
Tomillares y flores, que vivís
para aromar las plantas del Amado,
¡enseñadme esa ciencia inaprendida
de vivir siempre a vuestro Dueño amando,
de no guardar para vosotros nunca
ni un trino en vuestro pecho desgarrado,
ni un aroma en la tierra que os sustenta,
ni un color escondido en vuestro tallo!
¡Enseñadme la ciencia del amor
pobladores del aire y de los campos!
Ciencia de plenitud y armonía,
unión de lo divino con lo humano.
Mientras la aprenda, seguiré temiendo
por no saber vivir tan sólo amando.
Se fue mi Labrador. Sin su presencia,
apenas late el corazón varado.
Sé que en potencia en todas partes vive,
pero me aplasta el peso de mi barro.
Tómalo Tú, mi Señor,
y haz de nuevo el milagro.
¡Conviérteme en tierra buena,
de tu Palabra en sembrado,
que la entienda y dé mi fruto
crecido y multiplicado!
Fray José Mª Guervós, o.p.




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