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viernes, 18 de junio de 2010

Domingo XI del TO (Lucas 9,18-24) - Ciclo C: ¡NOS FALTA CORAZÓN!



1.- Érase una vez un inquisidor y un hereje. Y sucedió que al regreso del Auto de Fe en el hereje había quemado vivo, el Inquisidor cayó a la puerta de la casa de su víctima de un mal desconocido, y aunque lo sangraron abundantemente a las pocas horas falleció.

Y hete aquí que los dos se presentaron ante el Buen Padre Dios al mismo tiempo y el Buen Padre Dios preguntó primero a uno y luego a otro, con el buen deseo de salvarlos a los dos, que quién era Dios. “Quién decís que soy Yo”. Y las respuestas del Inquisidor fueron tan sublimes y elevadas, y las del hereje tan complicadas y retorcidas, que el Buen Padre Dios no se reconocía a Si mismo. Y cansado de tanta verborrea, dio orden a un Arcángel, Jefe de Cardiología Espiritual que examinase a los dos. Y resultó que ni uno ni otro tenían corazón. Y por eso no conocían al Buen Dios. Porque para saber quién es Dios se necesita mucho corazón.

También Jesús hace esa pregunta en el evangelio de hoy: “Y vosotros quién decís que soy yo”. Pero Jesús fue bueno con sus discípulos, y antes de preguntarles a ellos a bocajarro les pregunta un general: “Quién dice la gente que soy yo”. Que es más fácil contestar lo que otros dicen que contestar lo que uno siente.

Y la gente, sin duda, dejando hablar a sus deseos o miedos contestan que Elías, el profeta terrible capaz de hacer caer fuego del cielo. O uno de aquellos profetas que se decía que vendrían apocalípticamente al son de trompetas, rayos y truenos…O a lo que más que era Juan el Bautista. Los coetáneos del Señor, que estaban anclados en un pasado de un Dios justiciero y terrible, no veían en Jesús más que un ser de ultratumba con la misma misión de exterminio y fuego incapaces de ver la novedad de Jesús, la novedad de su Amor.

Y es entonces cuando Jesús interpela a sus discípulos: “Y vosotros quién decís que soy yo”. Y todos se inhiben y dejan la contestación a cargo de Pedro, que contesta con soltura: “El Mesías de Dios”. Contestación que no estaba exenta de paja, porque el Mesías en que los discípulos pensaban hasta el mismo día de la Ascensión, (“es ahora cuando vas a establecer el Reino de Israel”), era un Mesías de banderas y con armas en la mano.

Y la contestación de Jesús (les prohíbe hablen de ello) es como decirles: “No se ocurra propalar ese bulo porque Mesías si soy pero no como lo pensáis, porque el Hijo del Hombre tiene que sufrir y morir y luego resucitar…

3.- Si la pregunta nos la dirigiera Jesús a nosotros, muy probablemente la mayoría contestaríamos con la prontitud de quien sabe contestar a una pregunta de examen de Religión: “el Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero, redentor y salvador, ante que el doblamos la rodilla cosa que no hacemos ante nadie. Y hasta nuestro hermano y amigo. ¿Es esta respuesta sabida de memoria la que espera Jesús?

4.- Como Jesús ve que nadie atina con la respuesta, Él se define a Si mismo con palabras poco agradables, hablando de sus sufrimientos, de su muerte y de su resurrección, que si nosotros fuéramos discípulos aventajados, ante semejante insinuación hubiéramos sacado la respuesta.

Porque es lo mismo decirnos: Yo soy el tanto amo a los demás que no me importan sufrimientos, ni muerte, y que como dice San Pablo, me he vaciado de mi misma divinidad para hacerme esclavo por amor.

¿Y por qué no llegamos a nosotros a dar de Jesús esa definición? Porque como al inquisidor y al hereje nos falta corazón. Porque hay que tener mucho corazón para saber calibrar lo que significa el amor de todo un Dios, que se vacía de Si mismo y a través del sufrimiento y de la muerte llega a la posesión de la vida sin fin para dárnosla a los demás. ¡Nos falta corazón!

5.- Y porque nos falta corazón y saber amar es por lo que las frases siguientes de Jesús: “niéguese a si mismo” se nos hacen incomprensibles (que San Francisco Javier decía que el latín de esa frase se le obscurecía hasta no entenderlo). Y nos liamos con muchos pretextos… ¿Negarme? ¿Y donde queda mi personalidad? ¿Y dónde todo lo positivo y bonito del mundo?

Negarse NO es negarse, es afirmarse desde las mismas raíces del ser humano, imagen de Dios-Amor y, por tanto, difusivo de sí, y entrega a los demás.

Nunca es el hombre más hombre y se realiza más que cuando dejándose a sí mismo en la penumbra, comienza a vivir para los demás, se entrega a los demás, llevando por un amor que es participación del amor de Dios que se lanzó a los demás y se entrego por ellos.

Si esto no lo entendemos es que nos falta corazón, ¡y sin corazón no podemos entender la infinita grandeza de nuestro Dios que está en darse sin límites!

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