Publicado por El Blog de X. Pikaza
Dom 27 tiempo ordinario. Ciclo A. Este domingo toca la parábola de los “malos viñadores”, según la versión de Mt 21, 33-43. Pero vengo de un viaje, no he tenido tiempo para preparar en concreto el texto de Mt, y por eso quiero comentar el paralelo (original) de Mc 12, 1-12, del que hice otra vez un comentario.
Ésta es la parábola clave de la vida de Jesús. No es una alegoría sapiencial, que expone en forma imaginativa una verdad general, ni es una metáfora del Reino (como la de Mc 4, 3-9), sino más bien una “anticipación vital”, en la que Jesús entrelaza su vida con el destino de los sanedritas... y en especial con el destino de aquellos a los que asesinan los viejos y los nuevos sanedritas.
Ésta es la parábola de los "ricos" que se creen dueños del mundo y que se apoderan de los bienes de todos... matando a los pobres, y a los profetas... y al mismo Hijo de Dios.
Es la parábola de aquellos más ricos (unos renteros que se creen dueños de la vida) y que toman el mundo (la viña de Dios) como una finca particular, oprimiendo a todos los demás (matando en el fondo al mismo Cristo).
Es una parábola “viva” y su final depende de lo que hagan los viñadores y los pobres..., especialmente los pobres, entre los que viene a decir su palabra Jesús.... Porque la historia del mundo (de renteros y profetas, de ricos y pobres) es la historia del Hijo de Dios.
Es una parábola de nuestro tiempos: Nosotros, renteros ricos de un mundo en que abundan los pobres, podemos destruir el mundo, matando al mismo Hijo de Dios....
Ésta es la parábola de aquellos que toman el mundo como finca particular, para su propio y exclusivo provecho, negándose a compartir los frutos de la viña... Es la parábola de una "jerarquía" homicida, formada por sacerdotes, políticos o dueños de grandes riquezas que administran el mundo para su puro provecho. Jesús les cuenta y comenta la parábola que sigue (que es prácticamente idéntica en Marcos y en Mateo). Comentaré con cierta detención sus cinco partes, siguiendo el texto de Marcos:
1) Mc 12, 1-9a. Parábola
1 Entonces comenzó a hablarles en parábolas: Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después la arrendó a unos labradores y se ausentó. 2 A su debido tiempo envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña. 3 Pero ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías. 4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste le hirieron en la cabeza y lo ultrajaron. 5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a los que golpearon o mataron. 6 Tenía aún un hijo querido y se lo envió, pensando: ¡A mi hijo lo respetarán! 7 Pero aquellos labradores se dijeron: ¡Éste es el heredero. Matémoslo y la herencia será para nosotros! 8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
Éste es un texto simbólico, con algunos elementos alegóricos, pero no es una alegoría (una verdad general enseñada de forma simbólica), sino más bien una parábola inscrita en la misma trama de la historia, que sólo se puede contar y se entiende en este momento de la vida de Jesús, que ilumina y dibuja, como en un espejo, el rostro y función de los diversos personajes de su trama. Es un texto inter-activo, que va recibiendo significado a medida que se cuenta, y a partir de las diversas respuestas que recibe. En este contexto, debemos recordar que Jesús (o el evangelio) no tiene por qué defender ni hacer suyos todos los rasgos parabólicos del amo (señor) de la viña.
a. Introducción. Presupuestos y sentido general. El amo o propietario, que quiere los frutos de la viña, empieza siendo el Dios del sanedrín (a quien se dirige la parábola), pero su función va cambiando a lo largo del relato, desde la perspectiva de los personajes:
− Por una parte están los sanedritas, que han preguntado a Jesús por su autoridad. Ciertamente, ellos pueden afirmar (aún en la parábola) que sólo su Dios es verdadero y que ese Dios les ha encargado su tarea: deben mantener y vigilar la viña de Dios. Pero Jesús les avisa y les dice que, si siguen actuando como actúan, ellos pueden acabar tomando como propios los frutos de Dios (que son para el pueblo entero) y administrarlos así para su provecho, matando a los profetas, que proclaman el derecho de Dios (de los pobres), entre los que se encuentra él (Jesús).
− Frente a ellos está Jesús, que se opone a la visión de los sanedritas, pensando que la viña de Dios no puede ser administrada y poseída como hacen ellos, sino que sus frutos han de ser para todos, y en especial para los pobres. Todo esto lo dice a modo de parábola, de forma que sólo podemos entenderlo entrando en su argumento, para descubrir así que existe y actúa un Dios de gracia, más allá del Dios de imposición que los sanedritas emplean para su provecho.
Jesús no quiere presentar aquí directamente su autoridad, como pedían los sanedritas (11, 28); pero quiere y puede hablar del origen y abuso de la autoridad que ellos, sanedritas, pretenden ejercer, diciendo que han recibido autoridad de Dios, pero ejerciéndola en contra del deseo e interés del mismo Dios que se la ha dado. Desde ese fondo ha de entenderse su manera de exponer la historia israelita, como oposición entre un poder establecido, que tiende a volverse dictatorial (sanedritas) y un poder carismático (representado por los profetas).
El tema de esta parábola resulta conocido desde tiempos de la historia deuteronomista. Al mismo tiempo, leyéndola en su contexto, descubrimos que ella se encuentra entrelazada con la vida-muerte de Jesús y ha crecido con ella, hasta tomar la forma actual, de un modo metafórico. Ella no quiere ofrecer informaciones neutrales sobre hecho objetivos, sino introducirnos en las implicaciones y sentido de la muerte de Jesús, aún no acontecida (los sanedritas todavía no le han condenado), utilizando rasgos simbólicos bien conocidos del Antiguo Testamento.
La parábola empieza de un modo clásico: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con un cercado... y la arrendó a unos labradores para que le dieran…» (Mc 12, 1). Es clara la referencia al canto de Is 5, 1-7 y puede haber una alusión a Gen 2-3: Dios ha puesto a los hombres en el jardín del Edén, que es una viña, para que la cultiven y consigan frutos. Pero el oyente atento descubrirá pronto una disonancia. (a) En principio, los hombres de Gen 2-3 no eran arrendatarios, sino dueños de la tierra y como tales no tenían que entregar a nadie los diezmos ni rentas por lo cultivado; eran libres y precisamente para salvaguardar su libertad les dijo el Creador que no comieran del árbol de lo bueno/malo. (b) En contra de eso, los labradores de Mc 12, 1-12 parecen aparceros (siervos), no dueños, de manera que tienen que esforzarse por pagar la renta año tras año; no son libres, sino siervos: viven sometidos al imperio del miedo y de la envidia; del simple «no comáis del fruto del bien/mal» parece que han pasado a la urgencia de sudar en tierra extraña, bajo la amenaza del despido, trabajando para el amo. (c) Desde ese fondo debemos afirmar que este “amo” de la parábola, que arrienda una tierra por dinero, no es el Dios del evangelio de Jesús.
Eso significa que Jesús no empieza hablando del Dios del Reino, sino del “dios” de los sanedritas/renteros, para que se miren a sí mismo a la luz de ese dios, que actúa según el talión. Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús no establece un talión, ni quiere mantener a los hombres sometidos (como renteros-asalariados), exigiendo que le entreguen de un modo servil parte de su vino (de los frutos de la viña)… Eso significa que a lo largo de la parábola va cambiando el sentido de “Dios” de la parábola. En un primer nivel, ella comienza situándose en un plano de ley (de un dios patrono de renteros), en el nivel de aquellos sanedritas (y de muchos cristianos posteriores) que entienden a Dios como propietario potentado, que llama a cuentas a sus siervos asalariados. Pero los cristianos saben que el Dios de Jesús no es un potentado, ni entra en cuentas con sus siervos (pues no tiene siervos), sino un Padre bueno, que hace llover sobre buenos y malos (Mt 5, 45), que no exige las deudas (Mt 5, 42; 6, 12), ni juzga a los hombres (cf. Mt 7, 1) .
Desde aquí se entiende el tema de los frutos. El texto dice que el amo (Dios) ha enviado a sus profetas (siervos), una y otra vez (hasta tres veces) para recibir los frutos de la viña. ¿Para quién son esos frutos, para Dios, para los sacerdotes, para el pueblo entero y en especial para los pobres? Esa pregunta queda abierta, mientras el texto sigue diciendo que los renteros (antiguos y nuevos sanedritas) han ido matando a los enviados de Dios .
b. Comentario textual (12, 1-8). En plano de ley, la solución normal de la parábola sería semejante a la que suele aparecer en muchos relatos de este tipo: después de tres intentos fallidos, el amo mandará a unos siervos poderosos (quizá con su ejército) y hará morir a los malos y egoístas viñadores. Pero si seguimos leyendo veremos que la parábola toma un camino distinto: parece que el Amo-Dios no quiere los frutos para sí y, además, él no responde con violencia a los violentos, sino mandándoles a su propio Hijo Amado. Eso nos obliga a leer el texto con más atención.
− Un hombre plantó una viña (12, 1)... El tema es conocido: Anthropos (un ser humano) plantó una viña, la cercó y la arrendó a unos agricultores. Éstos, creyéndose con autoridad sobre ella, rechazaron a los siervos que el “hombre” iba mandando, para pedir la renta los frutos. Por fin mataron al mismo Hijo Querido, que el Amo les mandó pensando que le respetarían. Siguiendo en su línea, con su lógica de muerte y poder, los agricultores pensaron que, matando al heredero, ellos podrían hacerse dueños de la herencia.
Ciertamente, Jesús “inventa” esta parábola, pero todos los elementos (hasta el envío del Hijo) son tradicionales. El amo se parece al Dios de la tradición bíblica, como muestra la cita de Is 51, 1-2 y del conjunto del texto. En un primer la parábola se sitúa en un contexto de historia israelita; pero luego iremos viendo que el horizonte se amplifica, de manera que puede referirse a toda la historia humana, desde la perspectiva de Jesús.
− La arrendó a unos agricultores (12, 1), que la reciben para trabajarla en nombre del Amo, pero ellos quieren hacerse también amos. No quieren compartir los frutos con los pobres o gentiles (cf. 11, 17). Se sienten propietarios de esa viña (casa o templo), haciéndose ladrones que arrebatan los bienes de los otros (tema de 11, 18: cueva de bandidos) y asesinos que matan a los siervos de su amo y al fin al propio Hijo Querido.
Da la impresión de que Jesús les identifica con los sanedritas, pero ellos pueden contestar diciendo que él se equivoca: Dios mismo les ha dado el derecho de la viña y ellos (no los malos jefes del antiguo Israel) condenan solamente a los profetas mentirosos, que manchan el nombre de Dios, a los aventureros de la religión como Jesús.
− Los siervos (12, 2-5) que piden los frutos de la viña para el amo son los profetas, conforme a una visión deuteronomista. Ellos han venido sin más poder que la palabra: hablaron en nombre de Dios y querían que los frutos de la viña fueran para Dios (para los pobres, para todos). Lógicamente, los agricultores, dueños del poder social, aceptan la historia de Jesús en su versión antigua: hubo en otro tiempo israelitas malos que mataron a los buenos profetas.
Pero ahora, ellos, los sanedritas de Jerusalén, se sienten buenos y dicen que no rechazan la autoridad de los auténticos siervos de Dios sino la mala pretensión de aquellos que apelan falsamente a Dios, destruyendo la herencia israelita. Así pueden pensar que en otro tiempo fue necesario distinguir entre profetas auténticos y falsos, siervos de Dios y engañadores que destruyen en su nombre al pueblo. También ahora, los buenos agricultores (poder institucional, sanedritas) deben discernir la actitud de los que vienen con apariencia de siervos de Dios y son sólo unos mentirosos; entre estos últimos, como falso cristo (cf. 13, 22), ha de contarse este profeta galileo. La lucha entre agricultores (autoridad oficial) y siervos (autoridad carismática) marca la historia israelita. En un plano de ley, tienen razón los agricultores.
Pues bien, al llegar a este momento, Jesús dice que el amo tomó la decisión de enviar a su mismo Hijo Querido (12, 6-8; cf. 1, 11 y 9, 7), y que lo mandó en la línea de los profetas anteriores, aunque no fuera un simple siervo, sino el heredero de la viña. De esa forma cambia el registro de la parábola. En vez de arrendatarios y siervos encontramos a este Hijo querido (agapêtos) del amo, que así aparece como Padre con un Hijo al que envía en debilidad (sin armas, sin protección externa), de modo que su misma vida indefensa de Hijo querido será el signo clave de todo lo que sigue . Desde aquí se dividen las “lecturas”:
− El lector cristiano sabe de antemano que este Siervo-Hijo es Jesús (cf- 1, 11; 9, 7), y que todos le han abandonado (o lo harán) porque no defiende los intereses egoístas de los sanedritas. Le han dejado solo, pero en su misma soledad de amor (es el Querido) representa a todos los necesitados del mundo (a todos los que aman). Este Hijo viene con la autoridad de Dios, un Dios que ya no se presenta como “amo” de unos renteros (en plano de ley), sino Padre que de un Hijo querido. Éste es el momento de pasar del plano de Ley (amo-renteros) al del Amor (evangelio) .
− Los sanedritas pueden sentir ya que Jesús les está tendiendo una trampa, pues, a su juicio, lo que quiere contar es una historia sesgada. Ciertamente, ellos pueden afirmar que antaño hubo “agricultores” malos (malos pastores del rebaño de Dios, como sabe 1 Henoc o Test XII Pat), pero ellos, en este momento, se consideraban bueno, se apoyan en la Ley y legalmente pueden hacer que muera alguien que viene a condenarles, como está haciendo Jesús, quien falsamente se atribuye el título de “Hijo querido de Dios”.
Jesús ha presentado según eso una “historia” que puede interpretarse de dos formas distintas (lo mismo que en el juicio de 14, 55-64, que aquí aparece esbozado). Ésta es, según eso, una historia abierta y así la quiere presentar Jesús con su pregunta (y el evangelio de Marcos, con sus tres respuestas)
2) Mc 12, 9a Pregunta:
¿Qué hará, pues, el dueño de la viña?
Como he dicho, esta parábola resulta inseparable de la vida de Jesús, que, al acabar de contarla, plantea una pregunta a los oyentes, para que se impliquen, respondiendo ellos mismos. Los sanedritas le habían preguntado con qué “autoridad” actuaba y él no les había respondido, pero lo hace ahora, introduciéndoles al interior de la parábola y pidiéndoles que “respondan”, no sobre la autoridad suya (de Jesús), sino sobre la reacción del “hombre” (Dios), en el caso de que los renteros maten (¡y van a matar!) a su “hijo”.
Jesús responde así veladamente a la pregunta de los sanedritas, no en clave de ley, sacralidad oficial o tradición, pues la ley defiende a los agricultores, representantes de la familia nacional israelita, es decir, a los ancianos y a sus asociados del sanedrín, sino en clave de amor, diciendo, de manera indirecta, que el Padre, dueño de la viña, le ha enviado como Hijo Querido (1, 11; 9, 7). Ciertamente, él encarna en sí el poder de Dios, pero (¡por eso1) está indefenso, en actitud de confianza. Posee la autoridad de cielo y tierra (cf. Mt 28, 16-20), pero no puede imponerse: no viene a pedir las rentas de la viña, en plano de ley, sino a recordar a los hombres el amor universal del Padre.
Al preguntar “qué hará el dueño de la viña en el caso de que maten a su hijo”, Jesús está preguntando implícitamente sobre aquello que hará Dios, si le matan a él (a Jesús). En ese contexto se dice algo que el evangelio había evocado anteriormente, pero que sólo ahora aparece con toda claridad: el Hijo del Dueño de la viña puede morir para que sus frutos (los de la viña, los de la higuera) se extiendan a todos pueblos (como sabía 11, 17) .
Es posible que en un primer momento, la parábola hubiera terminado aquí, con estas preguntas, dejando la respuesta y solución en manos de los oyentes/actores (como sucede en Lc 15, 32, donde ignoramos si el hermano mayor acogerá o rechazará al pródigo que ha vuelto). Entendida así, esta parábola más breve (Mc 12, 1-6) tendría pleno sentido y podría interpretarse como expresión narrativa y simbólica de la trama de Jesús: la historia sigue, el hijo viene, el desenlace pertenece a los actores (los renteros y Jesús), pues ellos son quienes deben terminar este relato. Son ellos los que deben concretar el sentido de la trama, de manera que sepamos sin los renteros seguirán siendo renteros envidiosos o descubrirán que ellos son hijos con el Hijo querido del Amo.
El tema de fondo es la “propiedad” de la herencia. Los labradores han dicho que quien viene «es el heredero» y, al verle desarmado, le asesinan para convertirse de esa forma en amos y señores de la viña, por imposición de ley y no por gracia. Ellos, los agricultores sanedritas quieren disponer de la herencia de Dios, sólo para sí mismos, sin compartirla gratuitamente con los otros. Pues bien, en contra de eso, Jesús sabe que Dios no es un “amo según ley de propiedad”, sino Padre que quiere que todos compartan en amor la herencia; sabe también que ha pasado el tiempo de la imposición (de la proyección de una Ley impositiva sobre Dios) y está llegando el tiempo de la gracia, esto es, del Hijo querido, que quiere que todos compartan en gratuidad los frutos de la viña.
Entendida de esa forma, esta parábola nos sitúa muy cerca de la teología que Pablo ha desarrollado en Gálatas y Romanos. Ella cuenta, en otra línea, la historia de los hombres, desde la perspectiva de los “fuertes” renteros, que han ido matando a los demás para hacerse dueños de la tierra, en un proceso de dura ley. Desde ese fondo, podemos afirmar que la parábola ha contado esta muerte del Hijo-Heredero desarmado como asesinato central de la historia, crimen definitivo.
Hasta ahora los hombres no se habían definido. Habían comenzado a matar, pero no habían hecho de la muerte el fundamento de su vida, esto es, el medio para conseguir la herencia. Ahora lo hacen: han matado para convertirse en dueños de la viña, es decir, de la tierra. Es evidente que para conservar la viña que han conquistado ellos tienen que estar dispuestos a seguir matando y matando sin fin, según ley de posesión violenta. ¿Cómo responderá Dios?
3) Mc 12, 9b. Respuesta 1. Otros viñadores
Vendrá, matará a los labradores y dará la viña a otros.
Frente a esos sanedritas que interpretan a Dios como principio de poder (control sobre los otros), este Hijo manifiesta la autoridad creadora de Dios en términos de cercanía afectiva (es Querido) y de no-violencia (no actúa por la fuerza). Por eso puede caer en manos de los sanedritas. Desde ese fondo han de entenderse las “soluciones” que Marcos ha ofrecido a la parábola, que así aparece como un texto abierto, pues aún no se han resuelto ni han venido a suceder los hechos evocados. De esa manera, la misma parábola se introduce en la trama de los acontecimientos, permitiendo que los actores tomen posiciones. El redactor deja que el despliegue intratextual (parábola) sirva para entender el desarrollo de la historia e ilumine la intención y riesgos de los protagonistas.
La primera “solución” es de alguien (con sujeto indeterminado) que dice: «Vendrá (el dueño de la viña), matará a los labradores y dará la viña a otros». Ésta parece una respuesta de los espectadores, es decir, de aquellos que se sienten fuera de la trama del relato (es decir, de la gente que, según 11, 32, está escuchando la disputa entre Jesús y los sanedritas). Es una contestación lógica desde una perspectiva de talión, según la ley que manda matar a los asesinos. En esa línea, en el fondo, todo seguiría igual: el Amo Dios mataría a los malos viñadores y pondría en su lugar a otros mejores; quitaría a los malos sanedritas, para poner en su lugar a otros, pero buenos, dejando así que todo siguiera en el fondo como estaba. Esta parece haber sido la respuesta que han dado en tiempo de Jesus muchos israelitas reformistas.
El paralelo de Mateo (Mt 21, 40-41) siente la dificultad de pensar que esta respuesta pueda ponerse en boca de Jesús y dice expresamente que son algunos oyentes los que han respondido así, condenándose quizá a sí mismos al hacerlo (pues parecen del grupo de aquellos que van a condenar a Jesús). Sean quienes fueren los que responden de esa forma, ellos siguen entendiendo la parábola en clave de violencia y piensan que Dios tiene que actuar por ley, condenando por ella a los asesinos. En esa línea se sitúa la justicia punitiva de un mundo, que sigue oprimiendo (matando) a los hombres bajo el dictado de una ley de violencia infinita, porque supone que Dios es violento y, tras un tiempo de paciencia, en que ha dejado que los hombres asesinen a los justos, vendrá a manifestarse como señor de justicia, que matará a los asesinos y arrendará la viña a otros agricultores, que le entreguen los frutos a su tiempo .
4) Mc 12, 10-11. Respuesta 2. La piedra que desecharon…
10 ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular; 11 esto es obra del Señor y es admirable ante nuestros ojos?
Alguien (el texto parece suponer que es Jesús, como ratifica Mt 21, 22, pero podría ser el redactor de Marcos) cita en este contexto una Escritura: «¡La piedra que desecharon los arquitectos...!» (cf. Sal 118, 22-23). Conforme a esa cita, el mismo Hijo rechazado y expulsado aparece como eje central (kephalê gônias, piedra angular) del nuevo edificio de Dios, que es una especie de templo, no una viña como en la parábola. Pasamos así del plano vegetal (viña y comida) al arquitectónico, situándonos de nuevo en ámbito de templo. El mismo Jesús, a quien algunos han tomado como destructor, se vuelve ahora pieza esencial de la nueva construcción. Frente a los que matan o expulsan se eleva la acción el Dios que construye sobre la piedra de Jesús el edificio de la auténtica familia humana .
Éste es el sentido de la cita del salmo, que ha sido utilizada también por Hch 4, 11 y 1 Pe 2, 7. Ella no evoca expresamente un cambio en la vida de los renteros (no se dice que serán castigados), sino que presenta al hijo asesinado como principio de un nuevo edificio, de una nueva visión de la viña. Esta reflexión (cita) bíblica invierte la perspectiva de un modo sorprendente. El cambio mesiánico (el templo verdadero) no vendrá a través de una autoridad mejor (mejores sanedritas), sino desde la virtualidad creadora de la víctima, es decir, de la piedra rechazada. Solo el Hijo del hombre entregado (asesinado, muerto) puede ser principio de resurrección (nuevo templo) en la histona de los hombres.
Esta reflexión bíblica supone que el asesinato del Hijo ha llegado hasta el mismo corazón de Dios, que está decidido a construir su templo, pero de otra forma. En este momento descubrimos con claridad que el verdadero señor de la parábola no era un arrendador codicioso, sino un Dios de gracia, pues ha entregado a su mismo Hijo en manos de los hombres, para edificar el templo de la nueva humanidad.
Desde ese fondo se puede fijar el sentido de los diversos personajes de la trama. (1) Por un lado están los renteros, que se sitúan en el plano de la ley y actúan con violencia, para apoderarse de la viña y volverse propietarios violentos de todo lo que existe. (2) En el fondo de todo se revela el Dios de gracia que envía a su Hijo desarmado, para que los hombres comprendan que no son arrendatarios de un Señor celoso, sino amigos del dueño de la viña. (3) Como revelador de Dios está finalmente el Hijo querido, que se deja matar, después de haber mostrado con su misma venida y filiación amorosa el amor del Padre (que es no es “dueño” celoso de la viña, sino creador gratuito de la viñas).
Entendida así, está parábola revela el mecanismo central de la historia. (1) Sabe, por un lado, que este mundo se edifica sobre cimientos de envidia y deseo posesivo, de violencia y muerte. Los renteros tienen envidia de Dios y precisamente por eso son renteros. No quieren compartir lo que son, ni lo que tienen y para defenderlo están dispuestos a matar al mismo Dios. (2) Pero ella sabe y dice, al mismo tiempo, que hay algo más grande que la envidia y violencia de los renteros: el sentido de la muerte del Hijo y la respuesta de Dios.
Esta reflexión bíblica se sitúa y nos sitúa en línea de gracia escatológica. Cambia el tono del discurso, el narrador aparece en primera persona y habla con una palabra bíblica, que actúa como revelación de Dios: «La piedra que rechazaron los arquitectos se ha convertido en piedra angular, ha sido Dios quien lo ha hecho y es algo admirable a nuestros ojos» (Mc 12, 10-11, con cita de Sal 118, 22-23). Dios no es el “amo” violento que habíamos pensado, no construye con métodos de talión, respondiendo a la violencia de los renteros con una violencia más alta, sino que se manifiesta en su verdad más honda, como gracia.
Éste es el Dios que construye en amor el edificio de la historia, respondiendo con amor a la violencia y ley del mundo. De esa forma el mismo Jesús, asesinado y expulsado de la viña aparece como pieza esencial de la nueva construcción. Frente a los que matan o expulsan viene a revelarse el Dios que construye por Jesús el edificio de la gran familia humana, a partir de los asesinados y expulsados .
5) Mc 12, 12. Respuesta 3. Los sanedritas
12 Y deseaban apoderarse de él con fuerza, pero tuvieron miedo de la gente, porque se dieron cuenta de que había dicho la parábola por ellos. Y dejándole se marcharon.
Esta conclusión (de tipo histórico) puede entenderse como una tercera respuesta, que aparece ya fuera de la parábola, formando parte de la narración que sigue, y que vincula la palabra de Jesús con el drama de su misma vida: Los sanedritas, que han escuchado lo anterior, se introducen en el texto e, identificándose con los renteros, deciden matar a Jesús (Mc 12, 12). Ciertamente, piensan hacerlo “por justicia”, porque se sienten inocentes, conforme a la exigencia del talión que define su Ley. Así dirán que no matan a Jesús para adueñarse de la herencia de Dios de forma mala, sino para impedir que un impostor engañe a los incautos y dilapide la herencia de los justos.
En esa línea los sanedritas pueden añadir que la interpretación profética de Sal 118, 22-23, asumida por Mc 12, 10-11, no ha sido exacta: Jesús no es piedra angular del nuevo templo de Dios sino un profeta falso, pues va contra el Templo israelita; por eso, ellos, los buenos sanedritas, tienen derecho a defenderse y, en nombre de la ley de Dios, han de juzgarle. Desde ese fondo ha de entenderse la respuesta del Jesús de la parábola.
1. Estos sanedritas pueden afirmar que el relato de Jesús está amañado, pues él no cuenta la historia verdadera, sino que habla y actúa de forma partidista, al presentarse a sí mismo como bueno (Hijo de Dios) y al definirles a ellos, sanedritas, como malos (renteros asesinos). Evidentemente, ellos no se sienten malos, sino todo lo contrario: quieren defender el orden de Dios sobre el mundo y por eso deben rechazar a Jesús. Así entienden esta parábola como una trampa y no quieren caer en ella.
No les gusta la historia que Jesús ha contado, no les convence la forma en que se ha presentado como Hijo amoroso de Dios, mientras que a ellos, buenos trabajadores de la viña, les considera renteros envidiosos. Ellos pueden afirmar que ellos no tienen envidia, sino celo por la causa de Dios, expresada en la ley de Moisés, que les lleva a rechazar la piedra de este falso Cristo de una gracia falsa.
2. En contra de eso, Jesús ha afirmado que Dios quiere edificar y ha edificado un mundo nuevo sobre bases y cimientos de gratuidad amorosa, estando incluso dispuesto a dejar que maten a su Hijo querido, para expresar de esa manera su Vida más honda. Por eso, en contra del talión, el verdadero Dios no puede matar a los asesinos, sino que les ofrece la gracia y vida de su Hijo, para que asuman el camino de la gracia y puedan, incluso ellos, introducirse en la nueva edificación de Dios, de la que hablaba el salmo 118, 22-23.
De esta manera, el Jesús de Marcos está suponiendo que la respuesta del talión (la primera de las indicadas: ¡matará a los asesinos!) no es cristiana, pues la experiencia pascual abre un camino diferente: Dios no ha querido matar a los asesinos de su Hijo, sino al revés: les ha ofrecido la gracia del perdón, a través del mismo Hijo asesinado .
La parábola supone que los renteros de la viña (que son los sacerdotes de Jerusalén) han caído en la trampa del talión, que les pertenece a ellos no a Dios. El talión forma parte de la ideología de los renteros, que quieren aplicárselo por ley al mismo Dios, como si él fuera un poder legal trascendente que termina haciéndonos a todos sus esclavos. Pues bien, en contra de esa visión, el Dios de Jesús es el Padre de gracia, que edifica su casa para todos, de un modo gratuito, sobre el fundamento de la piedra desechada que es su Hijo. La Vida no es talión, una renta que debemos pagar por obligación a Dios, sino gracia a la que debemos responder gratuitamente.
Desde ese final (en contexto de pascua), la parábola nos muestra que, en realidad, no existen amos ni renteros, ni obligaciones que cumplir, ni deudas que pagar, sino un Padre Dios y unos hijos que pueden compartir y comparten gratuitamente los frutos de su viña (es decir, de su vida). Sólo así se entiende el hecho de que, por gracia de Dios, aquello que, según ley, no sirve para nada (la piedra desechada) venga a presentarse como cimiento del nuevo edificio de la vida humana. En el lugar de máximo pecado de los hombres (que matan a Jesús) se ha desvelado la gracia de Dios Padre, una Vida en gracia, fundada en el «Hijo querido», más allá de las imposiciones y obligaciones de ley de los renteros .
Mirada así, está narración constituye la más bella e inquietante parábola intertextual; es una historia simbólica más breve que ilumina la histona «real» más extensa. Marcos ha sabido contarla con gran lucidez, abriendo una ventana en la historia de Jesús, que aún no concluido. Jesús ha dicho su palabra; está dispuesto a morir, deja su suerte en manos de Dios y de los hombres. Solo en la pascua podremos descubrir el sentido total de esta parábola y sabremos que los sanedritas viñadores han consumado su obra matando a Jesús, pero en contra de la opción impersonal de 12, 9 (vendrá el dueño y matara a los malos agricultores), el Dios de Jesús ofrecerá de nuevo, abiertamente, un anuncio y camino de salvación para todos, incluso para estos renteros asesinos, retomando su camino en Galilea .
Ésta es la parábola clave de la vida de Jesús. No es una alegoría sapiencial, que expone en forma imaginativa una verdad general, ni es una metáfora del Reino (como la de Mc 4, 3-9), sino más bien una “anticipación vital”, en la que Jesús entrelaza su vida con el destino de los sanedritas... y en especial con el destino de aquellos a los que asesinan los viejos y los nuevos sanedritas.
Ésta es la parábola de los "ricos" que se creen dueños del mundo y que se apoderan de los bienes de todos... matando a los pobres, y a los profetas... y al mismo Hijo de Dios.
Es la parábola de aquellos más ricos (unos renteros que se creen dueños de la vida) y que toman el mundo (la viña de Dios) como una finca particular, oprimiendo a todos los demás (matando en el fondo al mismo Cristo).
Es una parábola “viva” y su final depende de lo que hagan los viñadores y los pobres..., especialmente los pobres, entre los que viene a decir su palabra Jesús.... Porque la historia del mundo (de renteros y profetas, de ricos y pobres) es la historia del Hijo de Dios.
Es una parábola de nuestro tiempos: Nosotros, renteros ricos de un mundo en que abundan los pobres, podemos destruir el mundo, matando al mismo Hijo de Dios....
Ésta es la parábola de aquellos que toman el mundo como finca particular, para su propio y exclusivo provecho, negándose a compartir los frutos de la viña... Es la parábola de una "jerarquía" homicida, formada por sacerdotes, políticos o dueños de grandes riquezas que administran el mundo para su puro provecho. Jesús les cuenta y comenta la parábola que sigue (que es prácticamente idéntica en Marcos y en Mateo). Comentaré con cierta detención sus cinco partes, siguiendo el texto de Marcos:
1) Mc 12, 1-9a. Parábola
1 Entonces comenzó a hablarles en parábolas: Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después la arrendó a unos labradores y se ausentó. 2 A su debido tiempo envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña. 3 Pero ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías. 4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste le hirieron en la cabeza y lo ultrajaron. 5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a los que golpearon o mataron. 6 Tenía aún un hijo querido y se lo envió, pensando: ¡A mi hijo lo respetarán! 7 Pero aquellos labradores se dijeron: ¡Éste es el heredero. Matémoslo y la herencia será para nosotros! 8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
Éste es un texto simbólico, con algunos elementos alegóricos, pero no es una alegoría (una verdad general enseñada de forma simbólica), sino más bien una parábola inscrita en la misma trama de la historia, que sólo se puede contar y se entiende en este momento de la vida de Jesús, que ilumina y dibuja, como en un espejo, el rostro y función de los diversos personajes de su trama. Es un texto inter-activo, que va recibiendo significado a medida que se cuenta, y a partir de las diversas respuestas que recibe. En este contexto, debemos recordar que Jesús (o el evangelio) no tiene por qué defender ni hacer suyos todos los rasgos parabólicos del amo (señor) de la viña.
a. Introducción. Presupuestos y sentido general. El amo o propietario, que quiere los frutos de la viña, empieza siendo el Dios del sanedrín (a quien se dirige la parábola), pero su función va cambiando a lo largo del relato, desde la perspectiva de los personajes:
− Por una parte están los sanedritas, que han preguntado a Jesús por su autoridad. Ciertamente, ellos pueden afirmar (aún en la parábola) que sólo su Dios es verdadero y que ese Dios les ha encargado su tarea: deben mantener y vigilar la viña de Dios. Pero Jesús les avisa y les dice que, si siguen actuando como actúan, ellos pueden acabar tomando como propios los frutos de Dios (que son para el pueblo entero) y administrarlos así para su provecho, matando a los profetas, que proclaman el derecho de Dios (de los pobres), entre los que se encuentra él (Jesús).
− Frente a ellos está Jesús, que se opone a la visión de los sanedritas, pensando que la viña de Dios no puede ser administrada y poseída como hacen ellos, sino que sus frutos han de ser para todos, y en especial para los pobres. Todo esto lo dice a modo de parábola, de forma que sólo podemos entenderlo entrando en su argumento, para descubrir así que existe y actúa un Dios de gracia, más allá del Dios de imposición que los sanedritas emplean para su provecho.
Jesús no quiere presentar aquí directamente su autoridad, como pedían los sanedritas (11, 28); pero quiere y puede hablar del origen y abuso de la autoridad que ellos, sanedritas, pretenden ejercer, diciendo que han recibido autoridad de Dios, pero ejerciéndola en contra del deseo e interés del mismo Dios que se la ha dado. Desde ese fondo ha de entenderse su manera de exponer la historia israelita, como oposición entre un poder establecido, que tiende a volverse dictatorial (sanedritas) y un poder carismático (representado por los profetas).
El tema de esta parábola resulta conocido desde tiempos de la historia deuteronomista. Al mismo tiempo, leyéndola en su contexto, descubrimos que ella se encuentra entrelazada con la vida-muerte de Jesús y ha crecido con ella, hasta tomar la forma actual, de un modo metafórico. Ella no quiere ofrecer informaciones neutrales sobre hecho objetivos, sino introducirnos en las implicaciones y sentido de la muerte de Jesús, aún no acontecida (los sanedritas todavía no le han condenado), utilizando rasgos simbólicos bien conocidos del Antiguo Testamento.
La parábola empieza de un modo clásico: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con un cercado... y la arrendó a unos labradores para que le dieran…» (Mc 12, 1). Es clara la referencia al canto de Is 5, 1-7 y puede haber una alusión a Gen 2-3: Dios ha puesto a los hombres en el jardín del Edén, que es una viña, para que la cultiven y consigan frutos. Pero el oyente atento descubrirá pronto una disonancia. (a) En principio, los hombres de Gen 2-3 no eran arrendatarios, sino dueños de la tierra y como tales no tenían que entregar a nadie los diezmos ni rentas por lo cultivado; eran libres y precisamente para salvaguardar su libertad les dijo el Creador que no comieran del árbol de lo bueno/malo. (b) En contra de eso, los labradores de Mc 12, 1-12 parecen aparceros (siervos), no dueños, de manera que tienen que esforzarse por pagar la renta año tras año; no son libres, sino siervos: viven sometidos al imperio del miedo y de la envidia; del simple «no comáis del fruto del bien/mal» parece que han pasado a la urgencia de sudar en tierra extraña, bajo la amenaza del despido, trabajando para el amo. (c) Desde ese fondo debemos afirmar que este “amo” de la parábola, que arrienda una tierra por dinero, no es el Dios del evangelio de Jesús.
Eso significa que Jesús no empieza hablando del Dios del Reino, sino del “dios” de los sanedritas/renteros, para que se miren a sí mismo a la luz de ese dios, que actúa según el talión. Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús no establece un talión, ni quiere mantener a los hombres sometidos (como renteros-asalariados), exigiendo que le entreguen de un modo servil parte de su vino (de los frutos de la viña)… Eso significa que a lo largo de la parábola va cambiando el sentido de “Dios” de la parábola. En un primer nivel, ella comienza situándose en un plano de ley (de un dios patrono de renteros), en el nivel de aquellos sanedritas (y de muchos cristianos posteriores) que entienden a Dios como propietario potentado, que llama a cuentas a sus siervos asalariados. Pero los cristianos saben que el Dios de Jesús no es un potentado, ni entra en cuentas con sus siervos (pues no tiene siervos), sino un Padre bueno, que hace llover sobre buenos y malos (Mt 5, 45), que no exige las deudas (Mt 5, 42; 6, 12), ni juzga a los hombres (cf. Mt 7, 1) .
Desde aquí se entiende el tema de los frutos. El texto dice que el amo (Dios) ha enviado a sus profetas (siervos), una y otra vez (hasta tres veces) para recibir los frutos de la viña. ¿Para quién son esos frutos, para Dios, para los sacerdotes, para el pueblo entero y en especial para los pobres? Esa pregunta queda abierta, mientras el texto sigue diciendo que los renteros (antiguos y nuevos sanedritas) han ido matando a los enviados de Dios .
b. Comentario textual (12, 1-8). En plano de ley, la solución normal de la parábola sería semejante a la que suele aparecer en muchos relatos de este tipo: después de tres intentos fallidos, el amo mandará a unos siervos poderosos (quizá con su ejército) y hará morir a los malos y egoístas viñadores. Pero si seguimos leyendo veremos que la parábola toma un camino distinto: parece que el Amo-Dios no quiere los frutos para sí y, además, él no responde con violencia a los violentos, sino mandándoles a su propio Hijo Amado. Eso nos obliga a leer el texto con más atención.
− Un hombre plantó una viña (12, 1)... El tema es conocido: Anthropos (un ser humano) plantó una viña, la cercó y la arrendó a unos agricultores. Éstos, creyéndose con autoridad sobre ella, rechazaron a los siervos que el “hombre” iba mandando, para pedir la renta los frutos. Por fin mataron al mismo Hijo Querido, que el Amo les mandó pensando que le respetarían. Siguiendo en su línea, con su lógica de muerte y poder, los agricultores pensaron que, matando al heredero, ellos podrían hacerse dueños de la herencia.
Ciertamente, Jesús “inventa” esta parábola, pero todos los elementos (hasta el envío del Hijo) son tradicionales. El amo se parece al Dios de la tradición bíblica, como muestra la cita de Is 51, 1-2 y del conjunto del texto. En un primer la parábola se sitúa en un contexto de historia israelita; pero luego iremos viendo que el horizonte se amplifica, de manera que puede referirse a toda la historia humana, desde la perspectiva de Jesús.
− La arrendó a unos agricultores (12, 1), que la reciben para trabajarla en nombre del Amo, pero ellos quieren hacerse también amos. No quieren compartir los frutos con los pobres o gentiles (cf. 11, 17). Se sienten propietarios de esa viña (casa o templo), haciéndose ladrones que arrebatan los bienes de los otros (tema de 11, 18: cueva de bandidos) y asesinos que matan a los siervos de su amo y al fin al propio Hijo Querido.
Da la impresión de que Jesús les identifica con los sanedritas, pero ellos pueden contestar diciendo que él se equivoca: Dios mismo les ha dado el derecho de la viña y ellos (no los malos jefes del antiguo Israel) condenan solamente a los profetas mentirosos, que manchan el nombre de Dios, a los aventureros de la religión como Jesús.
− Los siervos (12, 2-5) que piden los frutos de la viña para el amo son los profetas, conforme a una visión deuteronomista. Ellos han venido sin más poder que la palabra: hablaron en nombre de Dios y querían que los frutos de la viña fueran para Dios (para los pobres, para todos). Lógicamente, los agricultores, dueños del poder social, aceptan la historia de Jesús en su versión antigua: hubo en otro tiempo israelitas malos que mataron a los buenos profetas.
Pero ahora, ellos, los sanedritas de Jerusalén, se sienten buenos y dicen que no rechazan la autoridad de los auténticos siervos de Dios sino la mala pretensión de aquellos que apelan falsamente a Dios, destruyendo la herencia israelita. Así pueden pensar que en otro tiempo fue necesario distinguir entre profetas auténticos y falsos, siervos de Dios y engañadores que destruyen en su nombre al pueblo. También ahora, los buenos agricultores (poder institucional, sanedritas) deben discernir la actitud de los que vienen con apariencia de siervos de Dios y son sólo unos mentirosos; entre estos últimos, como falso cristo (cf. 13, 22), ha de contarse este profeta galileo. La lucha entre agricultores (autoridad oficial) y siervos (autoridad carismática) marca la historia israelita. En un plano de ley, tienen razón los agricultores.
Pues bien, al llegar a este momento, Jesús dice que el amo tomó la decisión de enviar a su mismo Hijo Querido (12, 6-8; cf. 1, 11 y 9, 7), y que lo mandó en la línea de los profetas anteriores, aunque no fuera un simple siervo, sino el heredero de la viña. De esa forma cambia el registro de la parábola. En vez de arrendatarios y siervos encontramos a este Hijo querido (agapêtos) del amo, que así aparece como Padre con un Hijo al que envía en debilidad (sin armas, sin protección externa), de modo que su misma vida indefensa de Hijo querido será el signo clave de todo lo que sigue . Desde aquí se dividen las “lecturas”:
− El lector cristiano sabe de antemano que este Siervo-Hijo es Jesús (cf- 1, 11; 9, 7), y que todos le han abandonado (o lo harán) porque no defiende los intereses egoístas de los sanedritas. Le han dejado solo, pero en su misma soledad de amor (es el Querido) representa a todos los necesitados del mundo (a todos los que aman). Este Hijo viene con la autoridad de Dios, un Dios que ya no se presenta como “amo” de unos renteros (en plano de ley), sino Padre que de un Hijo querido. Éste es el momento de pasar del plano de Ley (amo-renteros) al del Amor (evangelio) .
− Los sanedritas pueden sentir ya que Jesús les está tendiendo una trampa, pues, a su juicio, lo que quiere contar es una historia sesgada. Ciertamente, ellos pueden afirmar que antaño hubo “agricultores” malos (malos pastores del rebaño de Dios, como sabe 1 Henoc o Test XII Pat), pero ellos, en este momento, se consideraban bueno, se apoyan en la Ley y legalmente pueden hacer que muera alguien que viene a condenarles, como está haciendo Jesús, quien falsamente se atribuye el título de “Hijo querido de Dios”.
Jesús ha presentado según eso una “historia” que puede interpretarse de dos formas distintas (lo mismo que en el juicio de 14, 55-64, que aquí aparece esbozado). Ésta es, según eso, una historia abierta y así la quiere presentar Jesús con su pregunta (y el evangelio de Marcos, con sus tres respuestas)
2) Mc 12, 9a Pregunta:
¿Qué hará, pues, el dueño de la viña?
Como he dicho, esta parábola resulta inseparable de la vida de Jesús, que, al acabar de contarla, plantea una pregunta a los oyentes, para que se impliquen, respondiendo ellos mismos. Los sanedritas le habían preguntado con qué “autoridad” actuaba y él no les había respondido, pero lo hace ahora, introduciéndoles al interior de la parábola y pidiéndoles que “respondan”, no sobre la autoridad suya (de Jesús), sino sobre la reacción del “hombre” (Dios), en el caso de que los renteros maten (¡y van a matar!) a su “hijo”.
Jesús responde así veladamente a la pregunta de los sanedritas, no en clave de ley, sacralidad oficial o tradición, pues la ley defiende a los agricultores, representantes de la familia nacional israelita, es decir, a los ancianos y a sus asociados del sanedrín, sino en clave de amor, diciendo, de manera indirecta, que el Padre, dueño de la viña, le ha enviado como Hijo Querido (1, 11; 9, 7). Ciertamente, él encarna en sí el poder de Dios, pero (¡por eso1) está indefenso, en actitud de confianza. Posee la autoridad de cielo y tierra (cf. Mt 28, 16-20), pero no puede imponerse: no viene a pedir las rentas de la viña, en plano de ley, sino a recordar a los hombres el amor universal del Padre.
Al preguntar “qué hará el dueño de la viña en el caso de que maten a su hijo”, Jesús está preguntando implícitamente sobre aquello que hará Dios, si le matan a él (a Jesús). En ese contexto se dice algo que el evangelio había evocado anteriormente, pero que sólo ahora aparece con toda claridad: el Hijo del Dueño de la viña puede morir para que sus frutos (los de la viña, los de la higuera) se extiendan a todos pueblos (como sabía 11, 17) .
Es posible que en un primer momento, la parábola hubiera terminado aquí, con estas preguntas, dejando la respuesta y solución en manos de los oyentes/actores (como sucede en Lc 15, 32, donde ignoramos si el hermano mayor acogerá o rechazará al pródigo que ha vuelto). Entendida así, esta parábola más breve (Mc 12, 1-6) tendría pleno sentido y podría interpretarse como expresión narrativa y simbólica de la trama de Jesús: la historia sigue, el hijo viene, el desenlace pertenece a los actores (los renteros y Jesús), pues ellos son quienes deben terminar este relato. Son ellos los que deben concretar el sentido de la trama, de manera que sepamos sin los renteros seguirán siendo renteros envidiosos o descubrirán que ellos son hijos con el Hijo querido del Amo.
El tema de fondo es la “propiedad” de la herencia. Los labradores han dicho que quien viene «es el heredero» y, al verle desarmado, le asesinan para convertirse de esa forma en amos y señores de la viña, por imposición de ley y no por gracia. Ellos, los agricultores sanedritas quieren disponer de la herencia de Dios, sólo para sí mismos, sin compartirla gratuitamente con los otros. Pues bien, en contra de eso, Jesús sabe que Dios no es un “amo según ley de propiedad”, sino Padre que quiere que todos compartan en amor la herencia; sabe también que ha pasado el tiempo de la imposición (de la proyección de una Ley impositiva sobre Dios) y está llegando el tiempo de la gracia, esto es, del Hijo querido, que quiere que todos compartan en gratuidad los frutos de la viña.
Entendida de esa forma, esta parábola nos sitúa muy cerca de la teología que Pablo ha desarrollado en Gálatas y Romanos. Ella cuenta, en otra línea, la historia de los hombres, desde la perspectiva de los “fuertes” renteros, que han ido matando a los demás para hacerse dueños de la tierra, en un proceso de dura ley. Desde ese fondo, podemos afirmar que la parábola ha contado esta muerte del Hijo-Heredero desarmado como asesinato central de la historia, crimen definitivo.
Hasta ahora los hombres no se habían definido. Habían comenzado a matar, pero no habían hecho de la muerte el fundamento de su vida, esto es, el medio para conseguir la herencia. Ahora lo hacen: han matado para convertirse en dueños de la viña, es decir, de la tierra. Es evidente que para conservar la viña que han conquistado ellos tienen que estar dispuestos a seguir matando y matando sin fin, según ley de posesión violenta. ¿Cómo responderá Dios?
3) Mc 12, 9b. Respuesta 1. Otros viñadores
Vendrá, matará a los labradores y dará la viña a otros.
Frente a esos sanedritas que interpretan a Dios como principio de poder (control sobre los otros), este Hijo manifiesta la autoridad creadora de Dios en términos de cercanía afectiva (es Querido) y de no-violencia (no actúa por la fuerza). Por eso puede caer en manos de los sanedritas. Desde ese fondo han de entenderse las “soluciones” que Marcos ha ofrecido a la parábola, que así aparece como un texto abierto, pues aún no se han resuelto ni han venido a suceder los hechos evocados. De esa manera, la misma parábola se introduce en la trama de los acontecimientos, permitiendo que los actores tomen posiciones. El redactor deja que el despliegue intratextual (parábola) sirva para entender el desarrollo de la historia e ilumine la intención y riesgos de los protagonistas.
La primera “solución” es de alguien (con sujeto indeterminado) que dice: «Vendrá (el dueño de la viña), matará a los labradores y dará la viña a otros». Ésta parece una respuesta de los espectadores, es decir, de aquellos que se sienten fuera de la trama del relato (es decir, de la gente que, según 11, 32, está escuchando la disputa entre Jesús y los sanedritas). Es una contestación lógica desde una perspectiva de talión, según la ley que manda matar a los asesinos. En esa línea, en el fondo, todo seguiría igual: el Amo Dios mataría a los malos viñadores y pondría en su lugar a otros mejores; quitaría a los malos sanedritas, para poner en su lugar a otros, pero buenos, dejando así que todo siguiera en el fondo como estaba. Esta parece haber sido la respuesta que han dado en tiempo de Jesus muchos israelitas reformistas.
El paralelo de Mateo (Mt 21, 40-41) siente la dificultad de pensar que esta respuesta pueda ponerse en boca de Jesús y dice expresamente que son algunos oyentes los que han respondido así, condenándose quizá a sí mismos al hacerlo (pues parecen del grupo de aquellos que van a condenar a Jesús). Sean quienes fueren los que responden de esa forma, ellos siguen entendiendo la parábola en clave de violencia y piensan que Dios tiene que actuar por ley, condenando por ella a los asesinos. En esa línea se sitúa la justicia punitiva de un mundo, que sigue oprimiendo (matando) a los hombres bajo el dictado de una ley de violencia infinita, porque supone que Dios es violento y, tras un tiempo de paciencia, en que ha dejado que los hombres asesinen a los justos, vendrá a manifestarse como señor de justicia, que matará a los asesinos y arrendará la viña a otros agricultores, que le entreguen los frutos a su tiempo .
4) Mc 12, 10-11. Respuesta 2. La piedra que desecharon…
10 ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular; 11 esto es obra del Señor y es admirable ante nuestros ojos?
Alguien (el texto parece suponer que es Jesús, como ratifica Mt 21, 22, pero podría ser el redactor de Marcos) cita en este contexto una Escritura: «¡La piedra que desecharon los arquitectos...!» (cf. Sal 118, 22-23). Conforme a esa cita, el mismo Hijo rechazado y expulsado aparece como eje central (kephalê gônias, piedra angular) del nuevo edificio de Dios, que es una especie de templo, no una viña como en la parábola. Pasamos así del plano vegetal (viña y comida) al arquitectónico, situándonos de nuevo en ámbito de templo. El mismo Jesús, a quien algunos han tomado como destructor, se vuelve ahora pieza esencial de la nueva construcción. Frente a los que matan o expulsan se eleva la acción el Dios que construye sobre la piedra de Jesús el edificio de la auténtica familia humana .
Éste es el sentido de la cita del salmo, que ha sido utilizada también por Hch 4, 11 y 1 Pe 2, 7. Ella no evoca expresamente un cambio en la vida de los renteros (no se dice que serán castigados), sino que presenta al hijo asesinado como principio de un nuevo edificio, de una nueva visión de la viña. Esta reflexión (cita) bíblica invierte la perspectiva de un modo sorprendente. El cambio mesiánico (el templo verdadero) no vendrá a través de una autoridad mejor (mejores sanedritas), sino desde la virtualidad creadora de la víctima, es decir, de la piedra rechazada. Solo el Hijo del hombre entregado (asesinado, muerto) puede ser principio de resurrección (nuevo templo) en la histona de los hombres.
Esta reflexión bíblica supone que el asesinato del Hijo ha llegado hasta el mismo corazón de Dios, que está decidido a construir su templo, pero de otra forma. En este momento descubrimos con claridad que el verdadero señor de la parábola no era un arrendador codicioso, sino un Dios de gracia, pues ha entregado a su mismo Hijo en manos de los hombres, para edificar el templo de la nueva humanidad.
Desde ese fondo se puede fijar el sentido de los diversos personajes de la trama. (1) Por un lado están los renteros, que se sitúan en el plano de la ley y actúan con violencia, para apoderarse de la viña y volverse propietarios violentos de todo lo que existe. (2) En el fondo de todo se revela el Dios de gracia que envía a su Hijo desarmado, para que los hombres comprendan que no son arrendatarios de un Señor celoso, sino amigos del dueño de la viña. (3) Como revelador de Dios está finalmente el Hijo querido, que se deja matar, después de haber mostrado con su misma venida y filiación amorosa el amor del Padre (que es no es “dueño” celoso de la viña, sino creador gratuito de la viñas).
Entendida así, está parábola revela el mecanismo central de la historia. (1) Sabe, por un lado, que este mundo se edifica sobre cimientos de envidia y deseo posesivo, de violencia y muerte. Los renteros tienen envidia de Dios y precisamente por eso son renteros. No quieren compartir lo que son, ni lo que tienen y para defenderlo están dispuestos a matar al mismo Dios. (2) Pero ella sabe y dice, al mismo tiempo, que hay algo más grande que la envidia y violencia de los renteros: el sentido de la muerte del Hijo y la respuesta de Dios.
Esta reflexión bíblica se sitúa y nos sitúa en línea de gracia escatológica. Cambia el tono del discurso, el narrador aparece en primera persona y habla con una palabra bíblica, que actúa como revelación de Dios: «La piedra que rechazaron los arquitectos se ha convertido en piedra angular, ha sido Dios quien lo ha hecho y es algo admirable a nuestros ojos» (Mc 12, 10-11, con cita de Sal 118, 22-23). Dios no es el “amo” violento que habíamos pensado, no construye con métodos de talión, respondiendo a la violencia de los renteros con una violencia más alta, sino que se manifiesta en su verdad más honda, como gracia.
Éste es el Dios que construye en amor el edificio de la historia, respondiendo con amor a la violencia y ley del mundo. De esa forma el mismo Jesús, asesinado y expulsado de la viña aparece como pieza esencial de la nueva construcción. Frente a los que matan o expulsan viene a revelarse el Dios que construye por Jesús el edificio de la gran familia humana, a partir de los asesinados y expulsados .
5) Mc 12, 12. Respuesta 3. Los sanedritas
12 Y deseaban apoderarse de él con fuerza, pero tuvieron miedo de la gente, porque se dieron cuenta de que había dicho la parábola por ellos. Y dejándole se marcharon.
Esta conclusión (de tipo histórico) puede entenderse como una tercera respuesta, que aparece ya fuera de la parábola, formando parte de la narración que sigue, y que vincula la palabra de Jesús con el drama de su misma vida: Los sanedritas, que han escuchado lo anterior, se introducen en el texto e, identificándose con los renteros, deciden matar a Jesús (Mc 12, 12). Ciertamente, piensan hacerlo “por justicia”, porque se sienten inocentes, conforme a la exigencia del talión que define su Ley. Así dirán que no matan a Jesús para adueñarse de la herencia de Dios de forma mala, sino para impedir que un impostor engañe a los incautos y dilapide la herencia de los justos.
En esa línea los sanedritas pueden añadir que la interpretación profética de Sal 118, 22-23, asumida por Mc 12, 10-11, no ha sido exacta: Jesús no es piedra angular del nuevo templo de Dios sino un profeta falso, pues va contra el Templo israelita; por eso, ellos, los buenos sanedritas, tienen derecho a defenderse y, en nombre de la ley de Dios, han de juzgarle. Desde ese fondo ha de entenderse la respuesta del Jesús de la parábola.
1. Estos sanedritas pueden afirmar que el relato de Jesús está amañado, pues él no cuenta la historia verdadera, sino que habla y actúa de forma partidista, al presentarse a sí mismo como bueno (Hijo de Dios) y al definirles a ellos, sanedritas, como malos (renteros asesinos). Evidentemente, ellos no se sienten malos, sino todo lo contrario: quieren defender el orden de Dios sobre el mundo y por eso deben rechazar a Jesús. Así entienden esta parábola como una trampa y no quieren caer en ella.
No les gusta la historia que Jesús ha contado, no les convence la forma en que se ha presentado como Hijo amoroso de Dios, mientras que a ellos, buenos trabajadores de la viña, les considera renteros envidiosos. Ellos pueden afirmar que ellos no tienen envidia, sino celo por la causa de Dios, expresada en la ley de Moisés, que les lleva a rechazar la piedra de este falso Cristo de una gracia falsa.
2. En contra de eso, Jesús ha afirmado que Dios quiere edificar y ha edificado un mundo nuevo sobre bases y cimientos de gratuidad amorosa, estando incluso dispuesto a dejar que maten a su Hijo querido, para expresar de esa manera su Vida más honda. Por eso, en contra del talión, el verdadero Dios no puede matar a los asesinos, sino que les ofrece la gracia y vida de su Hijo, para que asuman el camino de la gracia y puedan, incluso ellos, introducirse en la nueva edificación de Dios, de la que hablaba el salmo 118, 22-23.
De esta manera, el Jesús de Marcos está suponiendo que la respuesta del talión (la primera de las indicadas: ¡matará a los asesinos!) no es cristiana, pues la experiencia pascual abre un camino diferente: Dios no ha querido matar a los asesinos de su Hijo, sino al revés: les ha ofrecido la gracia del perdón, a través del mismo Hijo asesinado .
La parábola supone que los renteros de la viña (que son los sacerdotes de Jerusalén) han caído en la trampa del talión, que les pertenece a ellos no a Dios. El talión forma parte de la ideología de los renteros, que quieren aplicárselo por ley al mismo Dios, como si él fuera un poder legal trascendente que termina haciéndonos a todos sus esclavos. Pues bien, en contra de esa visión, el Dios de Jesús es el Padre de gracia, que edifica su casa para todos, de un modo gratuito, sobre el fundamento de la piedra desechada que es su Hijo. La Vida no es talión, una renta que debemos pagar por obligación a Dios, sino gracia a la que debemos responder gratuitamente.
Desde ese final (en contexto de pascua), la parábola nos muestra que, en realidad, no existen amos ni renteros, ni obligaciones que cumplir, ni deudas que pagar, sino un Padre Dios y unos hijos que pueden compartir y comparten gratuitamente los frutos de su viña (es decir, de su vida). Sólo así se entiende el hecho de que, por gracia de Dios, aquello que, según ley, no sirve para nada (la piedra desechada) venga a presentarse como cimiento del nuevo edificio de la vida humana. En el lugar de máximo pecado de los hombres (que matan a Jesús) se ha desvelado la gracia de Dios Padre, una Vida en gracia, fundada en el «Hijo querido», más allá de las imposiciones y obligaciones de ley de los renteros .
Mirada así, está narración constituye la más bella e inquietante parábola intertextual; es una historia simbólica más breve que ilumina la histona «real» más extensa. Marcos ha sabido contarla con gran lucidez, abriendo una ventana en la historia de Jesús, que aún no concluido. Jesús ha dicho su palabra; está dispuesto a morir, deja su suerte en manos de Dios y de los hombres. Solo en la pascua podremos descubrir el sentido total de esta parábola y sabremos que los sanedritas viñadores han consumado su obra matando a Jesús, pero en contra de la opción impersonal de 12, 9 (vendrá el dueño y matara a los malos agricultores), el Dios de Jesús ofrecerá de nuevo, abiertamente, un anuncio y camino de salvación para todos, incluso para estos renteros asesinos, retomando su camino en Galilea .
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