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sábado, 1 de octubre de 2011

XXVII Domingo del T.O. (Mt 21,33-43) - Ciclo A: ¿Y mi viña?



La parábola es una breve síntesis histórica de Israel, en cuyos orígenes encontramos grupos “insignificantes”, de lo más bajo que había socialmente hablando. Algunos papiros encontrados por los investigadores, describen despectivamente a los Hapirú y Shasú, entre quienes había nómadas, mercenarios, campesinos, cabreros, esclavos, salteadores, etc., considerados un problema para la seguridad de las ciudades estado cananeas.

Dios, así como se manifestó a tantos pueblos, en sus culturas y religiones, también se manifestó a este montón de grupos desordenados y conflictivos, convertidos en un problema para “la gente de bien”, suscitando en ellos el deseo de de convertirse en pueblo, entendido como la organización de personas con un proyecto común desarrollado en libertad y a beneficio de todos, con una vida mejor, más digna y justa.

Es realmente admirable ver cómo dentro de ese grupo de Hapirú y Shasú, empezó a gestarse un pueblo, con una organización alternativa frente a un mundo que los excluía, esclavizaba y perseguía. Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, etc., eran patriarcas de los diferentes grupos, todos ellos tenían esperanzas de formar algo distinto. Para logarlo se unieron y escribieron una sola historia, incluyendo a sus patriarcas y a sus deidades, con las tradiciones religiosas y culturales. Y formaron un pueblo. Pueblo luchador por sus derechos, cuyo hilo conductor fue la fe en un solo Dios y Señor de todos, revelado en el camino hacia la construcción de la justicia y el derecho; Pueblo considerado a sí mismo, como la Viña del Señor.

Ante una vivencia religiosa politeísta optaron por el monoteísmo: cada clan tenía su Dios: el Dios de Abraham, el Dios el de Isaac, el Dios de Jacob… (Ex 3,6); pero al crear un solo pueblo con una historia, descubrieron que era un mismo Dios, y lo llamaron el Dios de Israel. Yahvé, Dios que libera. Ante una organización política monárquica, piramidal y centralista, impuesta por las ciudades estado cananeas, optaron por la organización tribal, circular, descentralizada y liderada por los jueces (Jue 4,4-6). Ante una economía individualista a favor de los grandes terratenientes, ganaderos y ministros cercanos al monarca, optaron por una economía familiar, distributiva y solidaria.

Esa experiencia duró cierto tiempo; prueba de ello encontramos en los últimos resultados de la búsqueda arqueológica, en los que se dió a conocer la vivencia igualitaria[1] (casas, utensilios de cocina, forma de enterrar a sus muertos, etc.), como vivieron los habitantes de las zonas montañas de Judea en el siglo XIII a.C. correspondiente históricamente a la vivencia de las 12 tribus de Israel.

En el tiempo del tribalismo cada familia debía tener su tierra para asegurar el sustento de todos. Pero la codicia humana no se hizo esperar. Bien lo dijo Mohandas Karamchand (Mahatma) Gandhi: “En la tierra hay suficiente para satisfacer la necesidad de todos, pero no tanto para satisfacer la avaricia de algunos”. Según Norman G., al parecer entre ellos mismos surgieron personas que adquirieron ganado más allá de la capacidad de sus parcelas para mantenerlo, y por lo tanto necesitaron más tierras para alimentarlo. Se vieron en la “necesidad” de adquirirlas, y con la fuerza de los pequeños ejércitos que fueron formando, desplazaron a otros, dejándoles sin medios de producción y convirtiéndoles en empleados de sus haciendas.[2] Así aparecieron de nuevo las clases sociales. A esto se sumó que los jueces encargados de impartir justicia entraron en crisis; perdieron credibilidad ante el pueblo por la corrupción de algunos, situación que fue magistralmente aprovechada por los ganaderos para lanzar la “maravillosa” idea de proponer un rey.

Según estos ganaderos oportunistas, un rey sería la solución ante la justicia decadente que padecían en ese momento. El rey sería el camino para llegar a ser un pueblo grande, al estilo de Egipto. No faltaron los grandes discursos que animaron engañosamente a la gente para que apoyara la entrada de la monarquía como la panacea de todos los problemas. Y parte del pueblo los apoyó, pero como decían nuestros viejos, “no sabían lo que les iba pierna arriba”. No faltaron por supuesto los opositores y defensores del proyecto original del Yahvé, o sea el proyecto tribal (Jue 9,7-15; 1Sam 8), pero terminó imponiéndose la monarquía, con Saúl como primer rey, impuesto por los ganaderos. Los que vinieron de ahí en adelante: David, que con la ayuda de los filisteos derrocó a Saúl; Salomón que acabó con todos sus opositores, incluyendo a su propio hermano Adonías; y el resto de reyes de Israel y de Judá, fueron “el mismo perro con distinto nombre”.

El pueblo, considerado a sí mismo como la Viña del Señor, propiedad de Dios, fue usurpado por el monarca y sus padrinos políticos que lo llevaron al poder convertidos en clase privilegiada, casta intocable, con su centralismo, despotismo, nepotismo y con toda la clase de patologías sicopolíticas y religiosas que ha sufrido la humanidad.

En ese momento histórico, surgieron los profetas como una protesta ante los usurpadores de la viña. La gran mayoría de profetas fueron antimonárquicos y hablaron siempre con palabras cortantes, desafiantes ante el poder que oprimía y defendieron el proyecto tribal, descentralizado e igualitario.

Isaías (primer lectura.), quien por la influencia de sus maestros, muy cercanos a la cohorte, no fue antimonárquico e hizo parte de la cohorte real durante los reinados de Jotán, Ajaz y Ezequías, se dio cuenta de la holgura en que vivían el rey y sus compinches, mientras el pueblo pasaba necesidades. Por eso los enfrentó poniéndose a favor de los pobres, y tomó el camino de la profecía, hacia el año 740 a.C. En el texto que hoy leemos, utilizó una vieja canción de protesta sobre la viña, para manifestar el inconformismo ante la política interna ejercida con autoritarismo, represión e inmediatismo: “Él esperaba respeto del derecho, y solo ve sangre; esperaba justicia, y solo oye quejas.”. Los deseos de Dios para con su pueblo, se vieron truncados por el egoísmo de los viñadores que se apropiaron de la viña, usurpando el puesto de Dios, único dueño de ella.

El pueblo siempre vió en los profetas personas enviadas por Dios para defenderlo. Con el surgimiento de un profeta experimentaba su presencia siempre fiel, y su fuerza liberadora. Pero para los usurpadores de la Viña, los profetas fueron un problema; vieron en ellos personajes enemigos del orden, de la sana doctrina y arremetieron contra ellos: “apalearon y apedrearon a unos, y a otros los mataron”.

La redacción final de la parábola, con un marcado tinte post pascual[3], incluyó la interpretación del ministerio de Jesús, como el hijo de Dios enviado a rescatar su proyecto tribal (12 Tribus – 12 Apóstoles). “Tanto amó Dios al mundo (su viña), que le envió a su propio Hijo…” (Jn 3,16). “El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros…” (Jn 1,16). Las comunidades cristianas vieron en Jesús, al enviado de Dios para reclamar la justicia y el derecho, y hacer que la Viña produjera frutos de vida. Pero los viñadores de la época hicieron lo que sabían hacer: matar al heredero para quedarse con la Viña, y conservar sus privilegios, por encima de la voluntad de Dios y por tanto de los intereses comunes.

El Salmo 117 (118),22: “la piedra rechazada por los arquitectos es ahora la piedra angular…” fue interpretado y aplicado por las comunidades cristianas a Jesús (Lc 20,17; Mc 12,10; Mt 21,42; Hec 4,11; 1Pe 2,7…), rechazado y asesinado por los arquitectos del mundo pero resucitado por Dios. Las comunidades cristianas se convirtieron en la nueva Viña del Señor; testimonio de ello son el nuevo testamento y tanta gente que unida a Jesús y su Proyecto, alimentada con su Palabra, su cuerpo y su sangre, y siendo administradora de los dones de Dios, ha dado frutos de amor, paz, reconciliación, justicia y derecho.

Hoy muchas comunidades cristianas tratan de identificarse con la Viña del Señor, en medio de los problemas internos y externos que han enfrentado; aún en medio de la propia tentación de adueñarse de la viña, y por supuesto, en medio de un mundo en manos viñadores asesinos.

¡Cuidado! Porque aunque de pronto, nosotros hoy no nos consideremos viñadores asesinos, tenemos la gran tentación de adueñarnos de la viña, cuando lo que podemos y debemos ser, es buenos administradores. “Serán como dioses” (Gen 3,5) el pecado de Adán y Eva sigue dándose hoy[4]; un humano jugando a ser Dios, ¡que desastre! Gobernantes que quieren perpetuarse como tales, políticas impuestas por imperios, neocolonialismos, desinformación, manipulación de las masas, desintegración y tantos males que padece la humanidad actual, de los cuales nuestras comunidades no están exentas. Somos la viña del Señor, no somos sus dueños; estamos invitados a trabajar, pero no a adueñarnos de ella. Si nos adueñamos daremos frutos de muerte, asesinatos y lamentos. Si trabajamos con Dios en nuestro interior, como buenos administradores, daremos frutos de vida, justicia y derecho, y daremos todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable (segunda lectura.), y todas las virtudes y valores humanos.

Nadie en particular, ningún grupo humano, ninguna iglesia puede adueñarse del proyecto de Jesús. Ninguna institución puede autoproclamarse a auténtica depositaria de su mensaje. Cualquier persona, cualquier grupo humano puede acceder a Jesús a su mensaje, a su proyecto. Lo que debe hacer es dar bueno frutos con sincero corazón, sin intereses bajos de por medio. Nosotros como Iglesia no podemos creernos el único pueblo de Dios. Lo que debemos hacer es dar buenos frutos, los frutos que Dios espera. La arrogancia con la que algunos miembros de algunas iglesias, incluida la nuestra, se autoproclaman como “El Pueblo de Dios” lo que demuestra es una crasa ignorancia y triste desvío del proyecto de Jesús. “Por eso les digo: Dios les va a quitar su reino para confiárselo a un pueblo que produzca frutos”.

Edificaste una torre

para tu huerta florida;

un lagar para tu vino

y, para el vino, una viña.



Y la viña no dio uvas

ni el lagar buena bebida:

sólo racimos amargos

y zumos de amarga tinta.



Edificaste una torre,

Señor, para tu guarida;

un huerto de dulces frutos,

una noria de aguas limpias,

un blanco silencio de horas

y un verde beso de brisas



y esta casa que es tu torre,

este mi cuerpo de arcilla,

esta sangre que es tu sangre

y esta herida que es tu herida

te dieron frutos amargos,

amargas uvas y espinas



¡Rompe, Señor, tu silencio,

rompe tu silencio y grita!

que mi lagar enrojezca

cuando tu planta lo pisa

y que tu mesa se endulce

con el vino de tu viña[5].

Oración

Oh Dios, Padre y Madre de bondad, gracias por llamarnos a hacer parte de la viña brotada de tu corazón amoroso. Cada uno de nosotros somos tu vida, nuestras familias son tu viña, nuestras comunidades son tu viña… gracias porque nos sentimos parte de tu propiedad que guías, proteges y llenas de vida en plenitud.

Te pedimos que nos libres de todo afán desmedido de lucro, de toda codicia, de la tentación de adueñarnos de lo que es tuyo. Danos la sabiduría y la decisión firme de no hacerle juego al poder que oprime y destruye la vida. Que la fuerza de tu Espíritu nos de la gracia de trabajar con honestidad, con alegría, con buenos resultados por el cuidado, el desarrollo integral y la dignificación esta tu viña.



[1] Más amplitud sobre este tema en: La Iglesia Crece desde la base, por Hans F. Fuhs, en Selecciones de Teología No 175. Julio-Septiembre de 2005.

[2] A esta época corresponde el problema entre Caín y Abel, agricultores y pastores (Gen 4,1-16).

[3] Como sabemos, todos los relatos del Nuevo testamento fueron elaborados después de la experiencia pascual, es decir, de la resurrección de Jesús. Así que todos los textos, unos más que otros, resaltan de alguna manera la resurrección de Jesús.

[4] Este texto hace referencia histórica al despótico reinado de Salomón.

[5] Himno tomado de la Liturgia de las Horas.

Exhortación final:

Jesús

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 189)

Te bendecimos, Padre, porque tu amor nos eligió

como tu pueblo, como la viña que tú cuidas con ternura;

en ella el cáliz del vino nuevo de la sangre de Cristo

sella por tu Espíritu la nueva alianza con tu pueblo, la Iglesia.



Tanto amaste al hombre que le diste a tu propio Hijo.

Y él se entregó incondicionalmente en manos de los pecadores,

para que de su sangre derramada naciera el nuevo pueblo,

como de la uva prensada nace el vino joven de la fiesta.Enlace



Haz, Señor, que en la viña de tu Iglesia podamos ofrecerte

no los agrazones de nuestro egoísmo, sino frutos maduros

de la humanidad, fraternidad, solidaridad, justicia y paz. Amén.

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